30 de abril de 2013

LITTLE CAESAR (1930)

Little Caesar es el prototipo de los filmes de gangsters... con él comenzó el andar de un género que tiene a Rico Bandello a su primer genio del crimen...

     

La Gran Depresión había comenzado en Estados Unidos. Las bandas armadas, ya existentes desde mucho antes, se incrementaron y los titulares de balaceras eran cosa común en los periódicos y en la radio. La crisis económica y social se agudizaba día a día, al tiempo que los valores se deterioraban, cundía la frustración generalizada y por ello no resultaba extraño que los líderes de la mafia fueran percibidos como héroes públicos que se enfrentaban a una policía corrupta que no siempre protegía a la comunidad. Era lógico que películas como Little Caesar (antecedida por Luces de Nueva York de 1928) calaran en lo más hondo del sentimiento estadounidense y se convirtieran en las más taquilleras de la época. Los valores tradicionales eran desafiados y eso gustaba a un público decepcionado con el Estado, que si bien a la larga se imponía a los matones, antes debía sufrir varias derrotas y burlas, sin contar que el protagonismo estaba alrededor de los chicos "malos". En el mismo 1930 se sucedieron otras películas de tipo similar, aunque más centradas en el crimen carcelario, como The Big House y Numbered Men, del mismo director que la tratada en este artículo, Mervyn Leroy.
Sin embargo, sería mentir el afirmar que únicamente la crisis existente brindó un espaldarazo a las películas de gangsters. El alba de la era sonora constituyó un elemento crucial, pues con el sonido la excitación de este tipo de filmes se incrementaba notablemente, no sólo por el ruido de las pistolas y rifles, sino porque los diálogos amenazadores, en doble sentido y los sarcasmos, cobraban una mayor importancia para el desarrollo de la trama. El engaño por medio de la palabra representaba un arma letal de parte de la mafia, así que el avance tecnológico del cine caía como anillo al dedo. Tampoco debe olvidarse el tono de voz, que Edward Robinson (en el papel de Rico) maneja de forma magistral, como un preludio a lo que serán las famosas voces de los capos... cuyo clímax se alcanzará con la poderosa e intimidante voz ronca de Don Corleone. El sonido, en suma, le proporcionó a este género una dosis escalofriante que un buen director puede saber manejar para conducir a la audiencia a un estado de suspenso e intriga completos.
En cuanto al argumento, es aparentemente simple, pero esconde algunos temas no tan palpables. Todo comienza con Rico y su compañero Joe, quienes ya están hartos de dedicarse a asaltar gasolineras, optando por dirigirse a la gran ciudad, aunque allí cada uno tomará caminos distintos. Mientras Joe se dedica al baile y conoce al amor de su vida, Rico se mete en una banda al mando de Sam Vettori, pero pronto lo superará con su carisma y se convertirá en el jefe... continuando con su ascenso hasta llegar a ser el rey del inframundo urbano. Lamentablemente para él, su sincera amistad con Joe le jugará una mala pasada al momento de querer convencerlo para unirse a él, lo que conllevará a que la policía lo desenmascare, lo encuentre y acabe con su vida.
La actuación de Robinson es sensacional dentro de un guión simple, pero él sabe cumplir su papel de una forma que el contenido de sus palabras poco importan... la forma se convierte en lo principal... y he allí uno de los factores cruciales y vitales de las obras criminales. En este caso particular, empero, el personaje es mucho más complejo de lo que aparenta. Ese desdén por las mujeres dio mucho que hablar a la crítica contemporánea, sugiriéndose que en realidad Rico era un homosexual reprimido, y de allí podía entenderse su sociopatía. Su complejo de inferioridad es igualmente notorio, sobre todo cuando se mira en el espejo con su nuevo traje, acudiendo a su compañero para que le dé la seguridad de que se ve bien con aquella vestimenta que le era extraña. Por otra parte, Rico simbolizaba el llamado "sueño americano", consistente en adquirir fama y dinero de forma rápida en una sociedad que siempre había atraído a tantos inmigrantes europeos; empero, dada la situación existente a fines de los 20', parecía que la única forma de lograr ese sueño era por medio de robos para aquellos hombres que carecían de oportunidades, como en el caso de nuestro protagonista. En síntesis, Rico era más un rebelde contra el sistema, no era del todo un hombre malo y ello se detecta en una de las últimas escenas, cuando es incapaz de disparar a su amigo al que realmente aprecia. Y paradójicamente, ese único acto de moralidad a lo largo de 80 minutos de filme, resulta ser su perdición...

   

País: Estados Unidos
Director: Mervyn Leroy (1900-1987)
Género: Película de Gangsters
Duración: 80 minutos
Reparto: Edward Robinson (Rico Bandello), Douglas Fairbanks Jr. (Joe Massara), Ralph Ince (Pete Montana), Glenda farrell (Olga Strassoff), Stanley Fields (Sam Vettori), Thomas Jackson (Sargento), William Collier Jr. (Tony Passa), George Stone (Otero).

27 de abril de 2013

LA CAJA DE PANDORA (1929)

¿Quién es Lulú? ¿El arquetipo de la sensualidad femenina? ¿De la debilidad masculina? ¿O simplemente una metáfora crítica al conservadurismo de la República de Weimar? El sobresaliente Georg Wilhelm Pabst nos regaló esta joya del final de la era muda, que por la misma razón no fue bien comprendida, hasta su tardía revalorización en los años 50’…

    

En la segunda mitad de los “felices” años 20’, se suscitó una fuga masiva de talentos europeos rumbo a Hollywood, la gran mayoría provenientes de Alemania. Como ejemplos principales tenemos a F.W. Murnau, Ernst Lubitsch, Greta Garbo, Emil Jannings… pero el director Pabst decidió romper las reglas y se fijó en la joven Louise Brooks, figura en ciernes que después de un inicio prometedor como cantante de coro y bailarina, había hecho valer su talento en películas norteamericanas de mediano éxito. Sería una elección excepcional, porque la actriz se llevó todos los aplausos y la aureola en la última gran realización del cine mudo alemán.
Pabst se basó en las obras de teatro de Frank Wedekind El Espíritu de la Tierra (1895) y La Caja de Pandora (1904) para materializar su película. Naturalmente, hay una clara alusión al mito griego según el cual Pandora había abierto una caja entregada por los dioses, liberando a todos los malos espíritus y dejando únicamente la esperanza… así era la protagonista del filme en cada lugar al que llegaba, pues siempre la acompañaba la desdicha y la desventura para quienes se hallaban a su alrededor. Era Lulú una artista joven, hermosa y deshinibida, que más que tratarse de una femme fatale, simplemente se dejaba llevar por la sensualidad, por sus instintos, convirtiéndose de ese modo en la perdición de todos los hombres que se le acercaban fascinados con su hermosura y sus encantos. Contrae matrimonio con un editor de periódicos acaudalado, pero sus coqueteos conducen pronto al hombre a la locura y a que en un ataque de celos sea asesinado accidentalmente por su esposa. Ésta consigue huir de la justicia tras cautivar al fiscal y a la muchedumbre que asiste al juicio y vivirá aventuras similares, pero ya como un personaje en continua degradación. Se esconderá en un tren para marchar a Francia, y posteriormente un barco espantoso rumbo a Inglaterra, donde será abordada por un millonario árabe, y finalmente hallará en Londres su fatal destino en las garras de Jack el Destripador.
La recepción de la obra fue negativa en toda Europa, al punto que en Francia se llegó a prohibir su proyección por considerar que el tono sexual era “muy elevado”. Es posible que el director quisiera además introducir subrepticiamente elementos lesbiánicos, sobre todo cuando aparece la amiga protectora. A los prejuicios de la época había que añadir el hecho que la audiencia ya estaba inclinándose por el cine sonoro, así que La Caja de Pandora debió esperar unas dos décadas para ser revaluada, pero incluso después de estos años no quedó exenta de críticas.
Pabst fue un gran director, pero para muchos no llegó a equipararse con Murnau y Fritz Lang, los dos monstruos del cine weimariano. De todas maneras, existen varios momentos de la obra que vale la pena recordar. Por ejemplo, al momento de la muerte del Dr. Schön (el marido de Lulú), el espectador queda sumergido en un extraño voyeurismo: acaba de ver una pieza teatral tal como estuviera sentado en una de las butacas del recinto, pero a continuación puede ver lo que ocurre entre bastidores, como si el director estuviera propuesto a resaltar las diferencias entre ambas formas de arte. Toda la secuencia, entre risotadas, actos cómicos y líos de faldas, culminan con una escena trágica que tiene como mudo testigo una escultura que quizá esté reflejando nuestra pasividad ante todo. Una sección muy alborotada, si la comparamos con el último acto, cuando en un periférico barrio londinense, sucio y oscuro, repleto de sombras que nos hacen recordar al fuerte expresionismo de inicios de aquella década, el primer plano de Lulú alcanza su punto álgido. Es en este momento en el que ella termina de sucumbir... es ella, atormentada por las penurias y por el peligro que la persigue desde su huida de Alemania, que se ve "flechada" por el asesino Jack, a quien la inocencia sólo traiciona unos instantes antes de terminar cometiendo el crimen que pone fin a la película. 
Muchos han llegado a pensar que Lulú, descubierta por Pabst precisamente en Hollywood, simbolizaba al cine norteamericano en contraposición al europeo en general, y al alemán en particular. Ella, como la industria de la costa californiana, seduce a todos, pero no termina por encontrarse a sí misma, puesto que su fin es sólo satisfacer a los demás y a ella misma temporalmente. Probablemente el director sentía cierto rechazo por varios de sus colegas y actores que habían viajado al otro lado del Atlántico a cumplir las directrices de los gigantes de la pantalla grande, perdiendo gradualmente su personalidad, porque Lulú, al final, con toda su belleza y poder seductor, no es más que ello... una persona que se deja llevar y que no piensa en las consecuencias de sus actos... huye y vuelve a cometer los mismos errores... hasta que éstos la conducen a la muerte. ¿Creía Pabst que el cine norteamericano era así... un arte sin personalidad? Seguramente... una idea algo extremista, pero que en diversos casos era cierta (hasta hoy).  

   

País: Alemania
Director: G.W. Pabst (1885-1967)
Género: Drama
Duración: 133 minutos
Reparto: Louise Brooks (Lulú), Fritz Korner (Dr. Schön), Franz Lederer (Alwa Schön), Gustav Diessl (Jack el Destripador), Siegfried Arno (Inspector).

25 de abril de 2013

EL VIAJE DE MAMÁ KRAUZE RUMBO A LA FELICIDAD (1929)

Una dura manifestación de la dureza de las clases medias alemanas al final de la República de Weimar, en plena Gran Depresión. El expresionismo ya es un rezago de la era muda, que también está llegando a su fin en una nación germana más realista...

    

Estamos en 1929, a punto de desencadenarse la Gran Depresión. Alemania ha mejorado a partir de 1926, pero la crisis de postguerra continúa y se vive una atmósfera decadente que no es más que el preludio del ascenso del Partido Nazi. La lista de desempleados asciende a millones y entre ellos se encuentra una familia de clase media del barrio de Wedding de Berlín, en donde el hombre de la casa, John, se siente el más afortunado del mundo por ganar algunos centavos vendiendo periódicos. Viviendo con su anciana madre, la Sra. Krauze, y su hija Erna, pronto se desilusiona de ella por no contribuir económicamente al hogar, resolviendo entonces alquilar una parte de la casa a un pillo que se traslada con su pareja, una prostituta, y su pequeño hijo. La familia Krauze debe vivir en la cocina, pero su situación se complica cuando John se gasta en una noche todos sus ingresos del día y muy pronto su madre es acusada de malversación.
Una película cargada de realismo, puesto que el director Phil Jutzi se preocupó en hacer un guión adaptándolo a partir de una literatura contemporánea que describía con claridad cómo era la vida en los bajos barrios de Berlín. Además, contrató a asesores que conocían como la palma de su mano toda la sociedad del barrio, e incluso se tomaron la molestia de convocar a auténticos transeúntes de la zona, borrachos, vagabundos, ancianos mendigos e incluso rateros, para que el panorama de la obra fuera lo más genuino posible. Ésa es una de sus principales bazas, porque más allá del drama que se desarrolla por sí mismo, se nos está exhibiendo un documental de la crisis alemana y en general, de toda Europa central. Las imágenes del distrito al inicio de la película son escabrosas, incluyendo algunos intertítulos explicativos, pero ya nos dan desde un inicio una idea de que nos hallamos ante un mundo marchito, en donde manda más la supervivencia... todo muy ajeno a lo que se proyectaba en Hollywood esos mismos años. Este estilo documental, si bien es único en los primeros minutos, no desaparecerá y lo veremos entremezclado con la ficción en segundos planos: personas en estado decrépito a lo lejos, cales y edificios destartalados, gente buscando refugio en un parque de atracciones. En algunos casos, incluso los personajes principales parecen ser los que están al margen y que todo gira alrededor de la miseria berlinesa.
De todas formas, John y los inquilinos, así como otras amistades, nos terminan transmitiendo la desesperanza de la juventud alemana, volcada en placeres vanos y en malos recuerdos... por lo que aquí podemos vislumbrar una revelación más solapada de la crisis. En fin, no extraña que el objetivo principal de la obra fuera difundir las penas de la clase obrera y desempleada, como un llamado al comunismo y al liderazgo del Partido Comunista alemán, el cual estuvo férreamente comprometido con la producción. Vemos así que Max, quien se convierte en el amante de Erna, tiene un cuadro de Marx en una de las paredes de su casa, y al mismo tiempo es un propulsor de la liberación femenina, exhortando a su querida que ya es tiempo que deje la casa de su madre, cosa que ella hace cuando parece que va a ser forzada a vender su cuerpo. De ese modo, ingresa a un nuevo mundo en el que la solidaridad de clase contrasta con la vileza de su familia, símbolo de la burguesía alicaída de la sociedad germánica. Y mientras tanto, John es encerrado por estar implicado en un asesinato, y Mamá Krauze se suicida junto con su inquilina la prostituta, quizás el símbolo del capitalismo que, para los comunistas, prostituía a toda la clase proletaria para sus propios fines egoístas.
En suma, las miserias de las relaciones humanas no son para Jutzi más que la consecuencia de la miseria de la sociedad, lo que implicaba la necesidad de un cambio, que se infiere que sólo podrá ser perpetrado por la clase trabajadora. Un mensaje ya obsoleto y separado, por lo que si deseamos valorar el filme tal como lo merece, quizá lo mejor sea verlo como un documento histórico de la época, como un reflejo de la ansiedad y la determinación de los comunistas de llegar al poder siguiendo el ejemplo de los rusos y elaborando una propaganda a través de un arte que ya era masivo. Una obra psicológica y sociológica en todo sentido, que ya hace olvidar el viejo expresionismo en donde todo era recóndito, enmascarado, inescrutable. Ahora, cuando la crisis se agudizaba y los años de bonanza quedaban muy atrás, el cine alemán optaba por sincerarse y desplegar ante todos lo que era realmente su país. Una visión muy pesimista que aparentemente contrasta con el título del filme... pero una mirada más atenta nos indica el cinismo de aquel viaje hacia la "felicidad" de la Sra. Krauze.

   

País: Alemania
Director: Phil Jutzi (1896-1946)
Género: Drama
Duración: 104 minutos
Reparto: Alexandra Schmitt (Mamá Krauze), Holmes Zimmermann (Paul), Ilse Trautschold (Erna), Herhard Bienert (inquilino), Vera Sacharowa (prostituta) Friedrich Gnass (Max).

EL HOMBRE CON LA CÁMARA (1929)

Dos protagonistas: la cámara y la URSS... Un experimento que vislumbra la plena autonomía del cine y un documental del entonces misterioso imperio soviético...

      

Dziga Vertov no quería saber nada con escenarios, actores, puestas en escena, guiones, adaptaciones o cosas por el estilo. Él sólo quería mostrarnos lo que era el cine en toda su plenitud, un nuevo arte, capaz de mostrarnos la vida cotidiana de cualquier ciudad (en este caso la misma Odessa de El Acorazado Potemkin) con todo naturalismo, pero a través de un ojo que llega a ser más poderoso que el humano. A diferencia del documental de Berlín, en donde la capital alemana constituye el centro de la atención, acá lo que importa es la sociedad rusa en general, que casualmente no es muy diferente a la de muchas otras del mundo occidental conforme la película va avanzando: trenes que llegan a una ciudad solitaria durante el amanecer, con algunos mendigos desperdigados por aquí y por allá, maniquíes que son testigos silenciosos de lo que está a punto de acontecer, fábricas que esperan amenazadoramente que se abran sus puertas y entre el tropel de obreros, símbolo del poder de la URSS...
Estamos aún en la era muda. El sonido no es necesario, porque lo único que importa es lo que veremos, pero más trascendente que ello es cómo lo veremos. Allí está el camarógrafo arriesgando su vida escalando a edificios o sentándose sobre una locomotora para conseguir el mejor ángulo... o simplemente, sin cansarse, se pasea con su trípode por bares, canchas de fútbol, avenidas repletas de automóviles y tranvías, fábricas en pleno proceso productivo, manifestaciones, etc. Así nos muestra a un país que trabaja, que no se detiene, que está vivo en todo momento, como si quisiera enviar un mensaje a Occidente y advertirle que la Rusia de Stalin es una auténtica potencia, en la que además hay tiempo para el ocio, pues tras el final de la jornada laboral, son los vasos de cerveza los que llaman la atención del espectador, así como los juegos de azar y el mismo ajedrez, deporte-ciencia del cual precisamente los rusos siempre han podido sentirse orgullosos por contar con los más talentosos jugadores. Igualmente, la vida no se detiene, porque en algún momento el ojo de la cámara está allí para mostrarnos un parto en vivo... sin montajes, sin nada artificial... todo es natural al cien por ciento.
Sin embargo, Vertov no se contenta con enseñarlos las cosas desde un punto de vista semejante al de nuestros propios ojos. Allí están presentes las exposiciones múltiples, las pantallas particionadas, breves congelamientos y ángulos casi imposibles para un ser humano. Y de forma inherente se nota el arduo trabajo del director y su hermano para conseguir que la gente se dejara filmar sin darse cuenta. Dicen las anécdotas que como era imposible esconder la enorme cámara, uno de ellos se encargaba de la distracción, aunque sin llamar tampoco demasiado la atención para que todo pareciera lo más natural posible.
Más allá del aspecto estrictamente social y político, las intenciones de Vertov fueron netamente cinematográficas. Él mismo declaró que quería acabar con todos los tópicos referentes al filme no documental, barriendo con todas las demás artes que habían influido en el cine desde sus inicios, sobre todo la música, la literatura y el teatro. Incluso se abstuvo de emplear intertítulos, dejando todo al libre albedrío de la audiencia, sin intentar dar alguna explicación de lo que hacía. En resumen, pretendía exponernos la vida tal como es, en cualquier época o lugar, pero con hincapié en todos los valores de la cámara, con todos sus artilugios y capacidad de manifestar múltiples acontecimientos en un breve período de tiempo, aunque con mucha intensidad, así como con la sinceridad que nos asegura que estamos viendo personas tal y como son. 

  

País: URSS
Director: Dziga Vertov (1896-1954)
Género: Cine experimental / Documental
Duración: 60 minutos

LA MELODÍA DE BROADWAY (1929)

Nada mejor que un musical para disparar la taquilla y adjudicarse la segunda estatuilla de la Academia... los "talkies" habían triunfado...


    

El 28 de julio de 1928 Warner Brothers estrenó la primera película 100% sonora, Luces de la Ciudad. Menos de un mes después, la misma firma estrenaba El tonto cantor, una especie de secuela de El Cantante de Jazz, que si bien sólo era parcialmente sonora, 66 minutos en total estaban cubiertos con diálogos y canciones, lo que superaba los 57 minutos de la anterior. En noviembre, salía a la luz Steamboat Willie, el primer dibujo animado provisto de un soundtrack original con efectos de sonido, música y diálogo. Finalmente, al comenzar el siguiente año (25 de enero) la gran obra de Raoul Walsh e Irving Cummings, En el viejo Arizona, se convertía en el primer auténtico largometraje, pero sobre todo llamó la atención por utilizar el sistema Movietone, superior al empleado hasta entonces (Vitaphone), porque conseguía sincronizar a la perfección sonido e imagen; además, se trató de la primera película sonora rodada principalmente en exteriores, además de ser el primer western sonoro.
1929 significó entonces el triunfo del cine sonoro, al menos en los Estados Unidos. En Europa occidental debería esperar un año más, mientras que en la URSS hasta 1932. Era lógico entonces que se eligiera una película sonora como ganadora del premio a "Mejor Película" en la segunda ceremonia de los Óscar (aún no llamados así), pero siendo sinceros, más que tratarse de una gran obra, su principal mérito era el haber incorporado elementos musicales. Nacía así un género novedoso, estrictamente sonoro, por lo que la audiencia pudo sentirse feliz mirando a unos personajes hablar mientras bailaban, a pesar que la historia careciera de un contenido trascendente y las actuaciones no fueran precisamente memorables.
El argumento es más propio de una telenovela. Dos hermanas, Hank y Queenie arriban a New York dispuestas a triunfar en el mundo del show, encontrándose con el cantante y bailarín Eddie, quien ha sido el amor de Hank desde años atrás. Sin embargo, la crisis arranca cuando él se siente atraído por la hermana, atracción que es correspondida y termina en enamoramiento, pero Queenie, para no chocar con los sentimientos fraternales, opta por atender los galanteos del playboy Jock. Algo similar ocurre con Eddie, quien más por respeto a su antigua pareja no da el siguiente paso, pero el terrible destino que aguarda a Queenie con aquel mujeriego, conduce a que su hermana explote y asienta a una relación de la que ya se ha percatado existe. Todo tiene entonces un final feliz.
Tratándose de una de las primeras películas sonoras, hay muchas deficiencias y parece ser que el director sólo quiso concentrarse en lo musical. Varios de los diálogos no tienen sentido, otros parecen dejar preguntas abiertas. La edición sonora se hallaba también en pañales, pues en diversas ocasiones no es posible escuchar bien a los actores porque hay un sonido fuerte en los alrededores (los subtítulos son una bendición). En otros casos, las expresiones faciales, tan importantes en la era muda, son exageradas demasiado, por lo que tenemos a una histriónica Hank estallando en lágrimas cual Yocasta... En cuanto a las canciones, tampoco se llegaron a convertir en hits de la época, aunque su puesta en escena en la película generó una fama temporal para todas ellas, ganando en última instancia Broadway y sus números. Vale aclarar que en este musical, no se presentan los actores cantando cuando deberían hablar, sino únicamente ejecutando shows musicales, que eso sí, son más numerosos que en una obra fuera del género.
¿Por qué ganó? Quizá porque dentro de la primera serie de películas sonoras, ésta imprimió una tonalidad distinta, marcó distancia del cine mudo, en donde un musical hubiera estado totalmente fuera de lugar. Entre sus oponentes, El Patriota de Lubitsch con una actuación espléndida de Jannings como Pablo I, no podía contar ya porque pertenecía a una era a la cual ya se le estaban prendiendo velas. El western de En el viejo Arizona no logró seducir a muchos, al igual que la trama criminal de Alibi. Únicamente The Hollywood Revue, comedia musical de Charles Reisner, parecía un rival de peso, pero quizá el tener un nombre que hiciera alusión a la capital del mundo del cine, haya influenciado a la Academia al momento de tomar la decisión final. En todo caso, para el siguiente año sobrevendría una lucha mucho más interesante...

   

País: Estados Unidos
Director: Harry Beaumont (1888-1966)
Duración: 110 minutos
Género: Musical
Reparto: Charles King (Eddie), Anita Page (Queenie), Bessie Love (Hank),